INTERCAMBIO01
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FRUTALES RIZOMÁTICOS2021


por KAYLA ARCHER 



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Querida Adri, Querida Lú,

Cuando conversamos la semana pasada, les dije que no es un accidente que cada uno de nosotrxs originamos de islas. Me atrajo mucho el objetivo abierto y colaborativo de Allél0n porque creo que el deseo, o quizás la necesidad, de facilitar correspondencia y comunicación espontánea entre distintos sitios, para posibilitar conexiones (sea entre personas, entre ideas, entre sentimientos), es algo fuertemente ligado a las condiciones de crecer isleñas. Esto no quiere decir que sea algo exclusivamente intrínseco a las isleñas, más bien algo urgente, intuitivo, casi impulsivo, ya que ser isleña es ser profundamente conscientes de cómo las relaciones y la relatividad definan y determinen no sólo la identidad sino también las experiencias vividas y las condiciones materiales de vivir. 

¿Qué es ser isleña? Solo puedo hablar de lo que ha sido mi vida desde Barbados, y estoy muy curiosa de saber de las suyas desde el Mediterráneo. Pienso que contar de la niñez puede llegar a ser un relato complicado o simple, según el propósito de relatarlo. Para este cuento la pinto simple, reconociendo que tuve la suerte de pasar la mayoría de mis días disfrutando las bondades de la naturaleza en estas latitudes. En mis primeros años viví al lado del mar en el Norte, y en mis años de adolescente crecí enredada por árboles de mango en el campo central - pero con una vista de la costa entera del sur y el ancho océano en el fondo. Así que los límites y la definición de la isla (o lo que percibía como definición) estaban siempre frente a mi. Las orillas nos recuerdan constantemente del “aquí”  y del “allá”, del “yo/nosotrxs” y de “ellos”.

Con el tiempo, adquirí la aguda sensación de que tanto la historia como el futuro pertenecen al ámbito de “afuera” o “por ahi”. A lo largo de la secundaria nos enseñaron muchas obras norte-céntricas; además de unas obras caribeñas que me compartió mi profesora de literatura (que de hecho estoy revisitando casi una década después), pero era la típica adolescente inquieta y quejosa, demasiado molesta por la corbata apretada y la agobiante atmósfera disciplinaria para hacer caso a aquellas piezas de cultura regional. Además, cuando nos enseñaban historia, la presentaban como algo llano, muerto y distante, y no pude enraizarme en lo que aprendí. Entendí que "allí afuera" era donde eran suficientemente ricos como para invertir en su propio futuro, adecuadamente equipados para crear en el presente. La idea de que la mejor ruta para lograr un futuro es salir y obtener oportunidades y experiencias “overseas” se volvió muy común, al menos para mi.

Poco a poco, me di cuenta de que también vivía en una isla dentro de la isla - una isla blanca. Es extraño y perturbador al mismo tiempo como uno puede pasar varios años socializando de acuerdo con normas sobreentendidas sin siquiera saberlo. Supongo que es el impulso de los que vivieron aquí antes que nosotrxs, la herencia de formas de vivir prefabricadas. El problema es cuando te pasas tantos años ajena, voluntariamente o no, a la lógica racista de esta herencia y a los privilegios acumulados como resultado. A los quince años me sentí desesperada por irme, por la sensación de ahogamiento, de estar atrapada por sombras espirituales, y destinada a repetir hábitos extenuantes y ataques privados de locura. Admito que también guardaba ideas románticas sobre el norte, donde nadie me conocía y donde podía vivir libre de categorías.Y tuve el privilegio de poder irme, con un afán voraz. 

Me encanta mucho introducirme una y otra vez a nuevas personas y nuevos lugares. Me he mudado a cinco países en los últimos ocho años y no podría desear nada más que estar perpetuamente transformándome y adaptándome según los encuentros, los lenguajes y los entornos constantemente novedosos. De esta manera no tuve que pensar ni en raíces ni en rutas. Un presente perpetuo. Grabé un video de un tren que viajaba de Valencia a Alicante, me hace reír ya que el ritmo imita como me sentí y pensé durante este período: frenética como un colibrí ocupado a probar todo lo que hay por probar.

Raíces y rutas se convirtieron en temas más significativos cuando me mudé a La Haya, empecé mis estudios, comencé mis años veinte, y las preguntas de “¿quién eres?” y “¿qué es lo que quieres hacer?” adquirieron un poco más peso. La búsqueda de respuestas claras me dejó desorientada mientras intentaba ubicarme entre un pasado y futuro nublado y desatendido. Una serie de preguntas me han ayudado a reubicarme mientras vivía “overseas”, y las voy a detallar como guías en mi ruta de volver a casa.

Primero, una pregunta que surgió rápidamente como un patrón desde el momento en que me fuí de Barbados: conozco a unas personas, les digo que soy de Barbados (suele hace falta explicarles dónde se halla Barbados) y enseguida se ven confundidas, me preguntan “pero porque eres blanca?”. Al principio no les hacía caso, reía y les explicaba que sí, existe una minoría de blancxs en el Caribe. Sin embargo, con el tiempo noté con qué dificultad algunas personas aceptaban este hecho, insistiendo en cuestionar mis raíces, es decir, mi linaje hasta llegar a una respuesta que fuera satisfactoria, compuesta por un collage de países europeos que nunca había conocido antes. Este ejercicio de justificar, defender o explicar mi origen se convirtió en algo tan tedioso que, si realmente no quería conocer la persona que lo preguntaba, les decía, mintiendo “soy de inglaterra” y esto se aceptó sin dar ningún tipo de reto. La pregunta “¿pero por qué eres blanca?” me hostigaba con tanta frecuencia que empecé a preguntarme de dónde venía esta pregunta rara, y cuál era la respuesta que realmente esperaban y si les estaba dando la respuesta que esperaban o si les estaba dando una respuesta real. Lo que al principio parecía como una preocupación personal, egoísta y quizás existencial, se transformó en una perspectiva mucho más grande.

Así llegamos a detallar la segunda pregunta: un fin de semana una de mis mejores amigxs vino a visitarme desde Londres. Andamos por la ciudad haciendo compras, comiendo en cafés y viajando en tren - una Bajan blanca y una Bajan Negrx - ambas con un acento ambiguo que provocó la pregunta “de dónde vienen ustedes?”. A nuestra respuesta que éramos de la misma isla caribeña, la reacción uniforme y sin hesitación fue “yo te creo” (apuntando a mi amigx) “pero yo no te creo” (apuntando a mi). Tardé tres años en reconocer explícitamente porque es imposible para los europeos creer que mi amigx y yo compartimos el mismo origen, a pesar de compartir el mismo modo de hablar. “¿Por qué no me pueden creer?” me preguntaba. Lo que encontré entonces, sin apenas saberlo, fue un ejercicio de olvido. Este ejercicio de creer que mi amigx Negrx es de Barbados, pero yo no es el ejercicio de gimnasia mental necesario para borrar el rol de Europa, quien trajo personas blancxs y personas Negrxs al vivir juntxs en un lugar muy muy lejos de su punto de origen “original”. Del mismo modo es necesario para ellxs interrogar mi punto de origen “original”, pero no cuestionar acerca del linaje de mi amigx Negrx - para evitar el conocimiento de todo lo que sucedió entre mis antepasados europeos “originales” de hace trescientos años y ahora, y así se evita pensar en la razón que el mismísimo interrogación es literalmente imposible por mi amigx Negrx.

Este ejercicio de cuestionar y no cuestionar es el mecanismo que mantiene la decepción de que el Caribe es un lugar sin historia. Pero ¿de qué sirve quitarle cientos de años de historia al Caribe? La verdad es que sirve a propósitos muy materiales. Al negarle al Caribeño un pasado el resultado más obvio es que se puede ignorar la deuda que existe entre los colonizadores y las colonias. Está claro que se trata de una amnesia tremendamente conveniente e intencional. Además, lo que dirige la economía Caribeña ya no es azúcar y labor deshumanizante sino turismo; y lo que atrae a lxs turistas aquí es el deseo de un Edén - un lugar libre de pasado y futuro donde se puede olvidar la realidad y toda las comodidades que uno necesita para convivir brevemente con el paraíso se les proveen los locales que tiene nada más que hacer que complacer ese deseo. La falta de rendición de cuentas y la existencia de un paraíso dependen de las decepciones, y a través de mis estudios vi las raíces de mi vida dentro de la economía y de la historia y no pude dar tregua a estas decepciones. 

La graduación se acercaba y tuve que considerar mi ruta una vez más: llegó la pregunta “¿puedo seguir adelante en Europa?”. A pesar de haber hecho una familia de amigxs muy muy muy querida en Europa, albergaba en mi una frustración creciente, con puntos de rabia y desilusión por toda la comodidad, estructura y oportunidad que esta región relativamente pequeña mantiene y que tantos buscan adquirir, sufriendo y a veces muriendo en el intento. Ya no me sentía estable ni me sentía en paz en este mundo macizo y viejo. Por un lado, quería devolver las preguntas a Europa y desafiarles como ellos me desafiaron a mí: “¿De dónde vengo yo? ¿No me crees? Pues dime tú ¿de dónde viene todo esto?” (*gestos a todo*). Pero por otro lado, aceptar responsabilidad por la verdad y por justicia resultaría en una inestabilidad (y una crisis de identidad), a la cual Europa no está acostumbrada como centro de poder - y la va a rehusar como una mula o un narcisista. Me preguntaba si la imputabilidad dada libremente desde Europa es siquiera posible. Masticaba una amargura. Llegada a este punto, sentí claramente que no podía seguir en Europa

El Caribe es una red de pequeños lugares, pero pequeños como el ojo de una aguja por donde han pasado hilos innumerables que conectan mundos y mundos y mundos. Al contrario de ser un Edén, es el epicentro de la historia moderna. A lo que nos enfrentamos es a cómo reclamar esta historia en el escenario global, exigir que los demás nos reconozcan (que nos respeten). Lo que entiendo es que los Bajans blancxs están protegidos por esta amnesia hasta cierto punto - evitando la inestabilidad y crisis de identidad al alguien que los Europeos - pero a diferencia de los Europeos, esta amnesia tiene un costo significativamente más impactante. Además de los ataques de locura privados y hábitos extenuantes, la manera de vivir como una comunidad aislada y ajena mantiene una contracorriente de memoria y fantasmas que nos prohíbe confiar en nuestra propia pertenencia aquí. O quizás dudar de la idea misma de pertenecer a un lugar donde nadie es nativo y nuestra presencia está compuesta por tantas contradicciones que el concepto de una nación ni siquiera se puede contener. Es terreno confuso, pienso en lo que mi padre me enseñó sobre las resacas: “Para sobrevivir, hay que dejarla llevarte allá, no luchas contra la corriente aunque termines muy lejos - esperad. Eventualmente podrás nadar hacia la orilla.”

Creo que por esto somos una sociedad tan conservadora, hostil al progreso significativo - por esta razón la isla existe tanto como una diáspora como una nación física, las isleñas persiguen un horizonte más abierto en el extranjero o - para mucha de la comunidad LGBTQ+ por ejemplo - huyendo para simplemente existir. Para lxs que se quedan en la isla, el contracorriente de memoria esta parte de la realidad cotidiana, y no lo dejamos llevarnos, luchamos porque nos enseñan a no mirar atrás (o tenemos miedo de mirar atrás) y así se puede terminar tan cansados que la idea de pertenencia ya deja de importar o significar algo.

Siendo Europea con cientos de años de historia en el Caribe, debo mis preguntas a este lugar. Como ya mencioné, mis preguntas sobre raíces y rutas se convirtieron muy macro en mi camino hacia casa, pero en los últimos meses mi enfoque ha vuelto a mi mundo micro. A principio de año leí “All About Love” por bell hooks, cada página se movía dentro de mi como respiración del aire que no supe que faltaba. Uno de los muchos fragmentos que subrayé decía "Whenever we heal family wounds, we strengthen community. Doing this, we engage in loving practice. That love lays the foundation for the constructive building of community with strangers". Y con esto me di cuenta de que la familia es un sitio fundamental de herencia, y ahí es donde se radica nuestro poder más directo, el de transformar las normas de nuestro entorno. Tener mis dos pies descalzos y plantados sobre este suelo aquí me emplaza a encontrar y sanar las heridas más íntimas, dejar la contracorriente llevarme atrás para poder nadar hacia la orilla quizás un poco más fuerte, con ojos un poco más claros.

Y ahora les toca contarme acerca de sus raíces y rutas desde las islas mediterráneas, aquellas islas situadas en la frontera entre tantas culturas contrastantes y viejas y sobre las cuales las cosas principales que percibo desde mi rincón del mundo son aguas tan azules como las nuestras aquí, la crisis de refugiados, la historia antigua, catolicismo quizás, citrus y aceitunas. 



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